Marlene se atrevió con todo o casi todo lo que se le puso
por delante. Desde que dejó aparcada su carrera de concertista de violín, se
dedicó en cuerpo y alma a aprender a ser una estrella y cultivar una férrea
imagen.
Modeló su rostro, aprendió trucos de maquillaje (ella misma
se fabricaba una sombra de ojos negra mediante un plato y una vela encendida, y
el hollín que se desprendía), se extrajo las muelas del juicio para afinar más
su rostro, y con un golpe de pestañas, el mito ya se había creado.
Marlene se convirtió en un icono de la moda mucho antes que
ninguna otra actriz contemporánea, debiendo gran parte de este éxito al
diseñador Travis Banton, modisto exclusivo de la Paramount, y que no solo
vistió a Marlene para sus películas, si no para su vida cotidiana también.
Alcanzó la fama tempranamente, y solo hizo que consolidarla.
Tras la película “El ángel azul”, prohibida por el régimen nazi en 1938, se
marchó a Estados Unidos donde la estaban esperando con los brazos abiertos.
Al desembarcar allí, lo hizo vestida de una forma asombrosa
para la época: un traje sastre masculino de color blanco, compuesto por
chaqueta con hombros muy marcados, y pantalón de pinzas y corte recto, perfecto
para sus largas y estilizadas piernas. Al principio, este look escandalizó a la
sociedad americana más conservadora, aunque poco a poco, por su comodidad, lo fueron aceptando.
El estilo Dietrich incorporaba además, la corbata (en
ocasiones sustituida por pajarita de estilo inglés) y los zapatos bajos estilo
Oxford, y en ocasiones añadía una boina de paño.
Para sus películas, Banton utilizaba tejidos envolventes,
gasas, pieles de zorro, encajes, y hasta un vestido de 1000 metros de plumas
negras. En películas como “Capricho
Imperial”; o “El diablo es mujer”,
el diseñador destiló lo mejor de su imaginación para vestir a una auténtica
“femme fatale”, a una “diosa” que hasta podía pasar sin dormir con tal de dar
con la manera exacta de ponerse un sombrero.
Este estilo entre andrógino y masculino, fue otra de las
armas de la Dietrich para llegar al estrellato;
enfundando sus famosas piernas en pantalones masculinos y llevándolos a
la calle, cosa que ninguna otra mujer de la época se hubiera atrevido a hacer.
Lució a lo largo de casi 50 años, con especial glamour el
frac y sombrero de copa, como aparecía en la escena de “Marruecos”, junto a Gary Cooper,
donde cantaba en un café y besaba a una de las espectadoras.
Prolífica en su carrera, entre ellas destacan un sinfín de
películas, “El ángel azul”, que la
lanzaría al estrellato en Europa y le abriría las puertas de Estados Unidos, “Pánico en laescena”, rodada por Hitchcock,
“Marruecos”, “El expreso de Shangai”, “El
diablo era mujer”, entre otras, Marlene fue abandonando paulatinamente la
pantalla, aunque siguió actuando en teatros. Ya en la década de los 70, los
años no habían pasado en balde, y aunque ella quería seguir siendo la misma, las cosas ya no eran igual.
Pero incombustible 8y con un suculento caché de 250.000 dólares por dos
jornadas de trabajo), se puso delante de la cámara en “Gigoló”, junto a David Bowie, y fiel a sí misma, diseñó para su
personaje el vestuario: falda y chaqueta negra, blusa de seda blanca, guantes
blancos y un sombrero negro con un ala muy ancho y un velo estratégicamente
situado, que le confería aún su misterioso aspecto aún en la vejez. Para esta
última aparición, puso su rostro en manos de Anthony Clavet, uno de los
maquilladores más importantes del momento, quien consiguió que Marlene siguiera
siendo Marlene.
Fallecida en 1992, siempre fue fiel a su imagen, no la
traicionó nunca y marcó tendencia. Según contó su nieto, fue enterrada como
ella había dejado dispuesto: una blusa de seda blanca, pantalón negro y
chaqueta.